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A todos nos resulta familiar ciertamente ese miedo a habernos equivocado que sigue a toda gran decisión y que se va intensificando según se acerca el momento de la verdad. Debo confesar que no fue una decisión precisamente fácil la de emprender esta nueva experiencia en solitario por la India y confieso también (ya puestos…) que frecuentemente se cernía sobre mí la duda acerca de la idoneidad de mi elección: ¿y si no es como lo recuerdo? ¿y si estaba todo idealizado en mi cabeza? ¿y si no encajo con la Comunidad de Hermanos donde resida? ¿y si ocurre algo y no tengo a nadie de confianza con quien compartirlo? Las horas interminables en el aeropuerto, la falta de sueño y el estrés de los sucesivos controles de seguridad no contribuyeron demasiado a disipar esa postrera actitud vacilante… más bien lo contrario: solo ayudaron a conferirle un mayor sentido de realidad que el que objetivamente podía existir en mi mente.
Por si semejante hándicap interno fuera insuficiente, el aterrizaje en Madurai vino cargado de nuevas sorpresas: un inesperado cambio de planes hacía que mi destino se alejase de la Comunidad de Kelamudiman donde estaba pensado que pasara mis días y se adentrase, en cambio, en una nueva comunidad, un nuevo colegio y un nuevo Estado de la India: Andhra Pradesh. En ese momento, mis alertas bien desarrolladas por la mentalidad occidental se dispararon y solo alcancé a consentir y pedir un espacio de reposo para paliar mi somnolencia.
Nos hemos despertado la mañana del martes 3, de madrugada, para embarcarnos rumbo a nuestro siguiente destino. Tras dos aviones y unas cuantas horas, hemos llegado al aeropuerto de Madurai, donde el Hermano Inego nos estaba esperando.
Ya nos quedaba poco tiempo para llegar a nuestro hogar del Sur. Al llegar, todos los chicos nos estaban esperando entusiasmados, con muchas ganas de conocernos y preguntarnos un montón de cosas. Lo primero que hicieron, por supuesto, fue ofrecernos su ayuda con las maletas. Ahí pudimos comprobar la hospitalidad de la gente de este lugar.