Estamos en el ecuador de nuestra estancia en Burkina Faso y aquí nos encontramos intentando trasmitiros un poco de África vía internet. Continuamos enrojeciendo nuestras vidas en el corazón del continente, casi tropicalizados totalmente.

En estos días hemos vivido demasiadas cosas. Empezando por una gran fiesta africana que la comunidad preparó para celebrar el cumpleaños de nuestra compañera Salomé. Música, comida, bebida, bailes y sonrisas inundaron una gran noche. Cada vez iban llegando más invitados, abrazos y regalos para la cumpleañera y llamadas telefónicas de los que, a su pesar, no podían estar presente en esa gran celebración. Fue un momento emotivo en el que nos sentimos verdaderamente en familia, por que ya somos una familia.

Aquí el trabajo es cansado, no lo vamos a negar, es la dificultad que supone respirar agua en vez de oxígeno. Aun así todas las mañanas nos vamos a trabajar con ilusión. Siempre ocurre algo que hace que a la vuelta tengamos que ponernos a rellenar las páginas de nuestros diarios.

La pintura va viento en popa, ya hemos terminado todo el interior de las clases y ahora estamos “atacando” el exterior, verjas y ventanas se tiñen con colores celestes. Nuestra presencia se empieza a notar y es placentero ver como las cosas van avanzando paso a paso, tanto en el trabajo como en las amistades que estamos entrelazando con los trabajadores y los voluntarios.

Y las tardes, nunca hay nada que hacer pero siempre estamos haciendo algo, es sorprendente como van apareciendo planes. Ya ha terminado el curso escolar en Burkina y los niños y niñas de la zona empiezan a dejarse ver por los patios del colegio. Algunos juegan, otros se sientan a mirar y otros intentan acercarse a esas personas de piel clara que hace días que se pasean por las calles del pueblo. Muchos conocen nuestros nombres (aunque no consigan decirlos correctamente) y se esfuerzan por hacerse entender con nosotros. Ya no somos extraños en Diébougou.

El fin de semana dejamos un poco de lado el trabajo y el Hermano Herman nos llevó a visitar algunas zonas turísticas del país. El sábado por la mañana comenzó nuestro viaje, pasando por Bobo Dioulasso llegamos a Toussiana donde nos hospedamos, comimos y descansamos. A la tarde salimos hacia Bérégadougou a visitar el proyecto CLIMA. Allí el hermano Raúl y el hermano Dieudonnée nos recibieron y nos mostraron las instalaciones. Una misa en la ciudad, con baño de termitas incluido (pues el día anterior había llovido) despidió la tarde en Béréga. Al día siguiente pudimos disfrutar de unas vistas preciosas desde lo alto de la ciudad encantada de Fabedougou y pudimos refrescar nuestros pies pálidos en el agua fresca de las cascadas de Karfiguela. Al medio día un menú de chenille de karité y serpiente (boa, para ser más exactos) nos esperaba en CLIMA. Tal fue nuestra sorpresa con estas deliciosas comidas que hasta los hipopótamos se sorprendieron, y por ello a la tarde no se dejaron ver en el pantano.

El fin de semana terminó con un viaje de vuelta pasado por agua, sobre todo para los conductores, Ángel y Hermann, quienes nos ayudaron a cerrar el cajón de la TOYOTA para evitar que se formara una piscina dentro del vehículo. Tras esta experiencia, ya somos africanos totalmente. Incluso nuestros compañeros, nuestra “pandilla de verano” nos llama farafi, ya no somos los toubabous, los extranjeros de piel clara.

Y es que ya no nos preocupamos por los mosquitos, disfrutamos un poco de las “bajas” temperaturas que vienen en los días de lluvia y los manjares exóticos son el pan de cada día. Aquí, en el país donde todo nos quedaba grande, hoy nuestros cuerpos y nuestros corazones ya son 4x4.


Ángel, Salomé, Xoán y Gemma