El tiempo transcurre inexorable en Boys’ Village al ritmo incesante de las brochas recorriendo húmedas las paredes del futuro comedor y de las risas sinceras y los abrazos cálidos con los que los chicos inundan con menguante reticencia cada momento compartido con ellos. Poco o nada les importa que la excusa sea el fútbol, el baile, el inglés o los juegos de cartas. Todo ello contribuye a que este Grupo de Voluntariado con destino La India se sienta cada vez más asentado en el refugio de naturaleza y vida que con tanto cariño y buena disposición lo ha acogido desde el ahora ya distante comienzo.

La contrapartida a esta progresiva adaptación a los usos y costumbres del lugar viene de la mano de esa tendencia innata en el hombre a huir de la rutina y a buscar incansable nuevos horizontes. De este modo, las cuestiones prácticas iniciales acerca de los horarios, la actitud de los chicos o la convivencia con la Comunidad de Hermanos se han ido transformando en interrogantes cada vez más complejos acerca del funcionamiento y necesidades reales del centro, de los contextos socioeconómicos que empujan, a veces con violencia atroz, a los jóvenes a las puertas de este lugar, y del panorama general de una sociedad india que, de momento, solo somos capaces de advertir con seguridad llena de contrastes.

Sin embargo, nuestra insaciable actitud inquisitiva topa en numerosísimas ocasiones con dos problemas cruciales: la escasez de fuentes de información fidedignas y la particular versión del inglés británico que hablan los habitantes de este país. Por todo ello, desde hace algunas semanas pusimos en marcha un juego cooperativo que hemos titulado: filling the gaps (rellenando huecos). Gracias a él, vamos siendo capaces de juntar cada día un buen puñado de datos que contrastamos en común compartiendo las distintas interpretaciones que cada uno ha sido capaz de elaborar en su cabeza. Los resultados del juego no están garantizados, de hecho las confusiones son frecuentes, pero cada vez nos sentimos más hábiles en la aplicación de nuestras facultades interpretativas. No obstante, por si el juego no fuera suficiente, esta semana el Hermano Josef accedió muy amablemente a contestarnos por escrito toda una batería de preguntas acerca de Boys’ Village. Todavía estamos a la espera, pero confiamos plenamente en descifrar mejor el inglés escrito que el oral.

Un momento importante para esta inagotable tarea de comprensión de los usos de la India, en general, y de Boys’ Village en particular, tuvo lugar el pasado fin de semana. En esta ocasión, se nos brindó la oportunidad de realizar una excursión de dos días con el centro de operaciones situado en otra de las obras de La Salle en este país: Sooranam.

La salida hacia allí tuvo lugar temprano, pues el tiempo de viaje era dilatado: unas tres horas y media por sinuosos caminos y carreteras de tierra y asfalto plagadas de baches, badenes y rebaños de cabras. No obstante, pronto se disipó el cansancio del coche gracias a la excelente acogida de los Hermanos que allí aguardaban nuestra llegada. Tras ofrecernos refrigerios varios, el director de la escuela allí enclavada nos guio por las diferentes aulas del centro a fin de conocer la realidad de los chicos y chicas que allí estudian y que no tiene que ver demasiado con la que estábamos acostumbrados. Percibimos rápidamente en el nivel de desarrollo físico la mejor alimentación de los alumnos del colegio de Sooranam y, en sus cuadernos, el mayor grado de progreso en sus habilidades académicas. Dos de nosotros tuvimos ocasión incluso de dar una pequeña lección a los chicos de último curso (grado 12): Sergio resolviendo en la pizarra un problema de circuitos eléctricos y Amaya tensionando las mentes de su audiencia con cálculos molares y de masa de los compuestos intervinientes en una reacción química. Para concluir la visita, echamos un rápido vistazo al edificio donde se aloja un humilde internado y que fue objeto de las labores de pintura del grupo de PROYDE – Noroeste del año pasado.

La comida nos sorprendió a todos por el ajetreo y el dinamismo propios de una Comunidad de Hermanos mucho más joven y numerosa que la de Boys’ Village: muchos de ellos son profesores en la escuela y esa vocación común contribuyó indudablemente a fomentar la conversación. Tras un breve momento de descanso en las habitaciones, la tarde estaba destinada a visitar un par de aldeas cercanas para concluir en el pueblo de Sooranam con una Eucaristía. Lo que no podíamos imaginar era que en el recorrido por las aldeas nuestra guía iba a ser una jovencísima, aunque resuelta, alumna del colegio que más allá de los coloridos templos hinduistas iba a conducirnos también por cada callejuela hasta conocer las casas de todas sus amigas y conocidas sin excepción. No hay palabras para expresar el revuelo que generó la presencia de seis “blanquitos” en un entorno tan profundamente rural: basta imaginar que, a cada paso, la comitiva de niños y curiosos que nos seguían se incrementaba…y fueron muchos pasos…

Ya en Sooranam descubrimos con entusiasmo que la Eucaristía a la que asistíamos formaba parte de las celebraciones en honor a Santiago, santo patrón de la parroquia. De hecho, la visión de la estatua del Apóstol a lomos de su caballo blanco cabalgando sobre soldados musulmanes generó estupor y sonrisas a partes iguales. El evento iba precedido de una pequeña procesión que concluyó en la iglesia para dar comienzo a hora y media de misa en tamil: todo un espectáculo que no pudimos compartir juntos por la necesaria separación entre hombres y mujeres. El cansancio después de un intenso día no impidió, sin embargo, que pudiéramos disfrutar de una agradable sobremesa con los Hermanos tras la cena.

El día siguiente comenzó como el anterior: desayuno, despedida y coche. Nuestro objetivo para ese día era visitar el templo de la isla de Rameswaran, al sureste del subcontinente indio. Nuestra ilusión, tras atravesar el inmenso puente que conecta con la isla, se vio rápidamente truncada por la horda inmensa de vehículos de toda clase que se alzaban frente a nosotros y que impedían prácticamente la circulación. Al parecer, se trataba de un domingo de luna nueva que constituye una fiesta de gran importancia para los hindúes, los cuales había peregrinado en masa hacia el mismo templo que aspirábamos a visitar procedentes de todo el Estado. Tratamos por todos los medios de dar cabida a la esperanza, sin embargo, tras dos horas en las que no habíamos recorrido más de 500 metros nos vimos forzados a desistir en nuestro intento.

El día, no obstante, estaba lejos de darse por perdido. Pues la siguiente propuesta en nuestro horario gozaba también de un enorme atractivo: tarde de playa… ¡y vaya playa! Las fotos hablan por sí solas pero por si acaso queda algún rastro de duda, aseguramos que apenas pudimos vislumbrar un par de personas en la gigantesca extensión de arena que pisábamos frente al mar: el océano Índico se mostraba ante nosotros con olas de las de tener cuidado y no íbamos a desaprovechar la ocasión de darnos un refrescante chapuzón. Por si esto fuera poco, habíamos quedado allí con otro grupo de españoles, en este caso de PROYDE – Madrid, que hacía algunos días habían aterrizado para llevar a cabo su voluntariado en Tuticorin. Fue una alegría compartir la experiencia con ellos y contrastar impresiones acerca de la India y de nuestra labor como voluntarios/as. Y, siendo sinceros, también supuso una alegría inmensa comprobar que en sus mochilas cargaban suficientes provisiones de chorizo, frutos secos y aceitunas para saciar esa nostalgia de España que nos entra a todos de vez en cuando. Tras unas horas, a los pies del océano, nos despedimos de los compañeros de Madrid: se trató solo de un ‘hasta luego’, pues volveremos a vernos todos en unos días. Y así emprendimos un viaje de regreso de casi cinco horas amenizadas exclusivamente por puntuales cabezadas y una muestra del cine “Bollywoodiense” con la que nos obsequió nuestro conductor.

Con respecto a los días posteriores solo decir que las cosas marchan poco a poco dentro de un horario caracterizado por su flexibilidad. Por las mañanas, hemos cambiado finalmente nuestras herramientas de lijado por las brochas, lo cual reduce sobremanera el esfuerzo físico. Y por las tardes, aunque el fútbol sigue siendo el deporte rey a pesar de los incesantes pinchazos de los balones provocados por el campo de tierra y piedra que acoge los partidos, también hay tiempo para incorporar otro tipo de dinámicas y actividades. En clase de inglés entonamos una gran variedad de canciones que nos enseña a todos/as Verónica, nuestra particular profesora de idiomas. También por las tardes realizamos con ellos carreras de relevos para las que usamos pelotas pequeñas y globos; estos últimos cautivan especialmente a los más pequeños hasta el punto de querer desinflarlos para guardarlos para futuras ocasiones. Y por las noches nos hemos lanzado definitivamente a compartir con ellos la rica cultura de juegos de cartas de la que gozamos en España: por el momento juegan con habilidad a ‘Uno’, a ‘Burro’ y hasta a la ‘Veintiuna’.

No resta mucho más por añadir. Solamente insistir en el unánime entusiasmo en nuestra tarea que se inflama con cada sonrisa, cada agradecimiento y cada gesto de cariño de estos chicos de Boys’ Village que, poco a poco, sentimos más vivamente como “nuestros chicos”. Es posible que nuestro triunfo en filling the gaps sea discutible a la conclusión de este viaje inolvidable; no obstante, nos sentimos ya profundamente exitosos, y damos gracias a Dios por ello, en feeling the hearts.

Luis, Amaya, Sergio, Amalia, Verónica y Víctor